MAN TYP-MK-120, adicto al sabor añejo

·  Un post de Francisco Alcaide
Tiempo de lectura: 5 min.

Alfonso Zarzuela lleva a sus espaldas tres aventuras restauradoras (dos Leyland y este MAN, los tres originarios de principios de los años cincuenta).

Obviamente, el dinero y el tiempo son dos armas poderosas en empresas de este tipo, pero no hay que olvidar una tercera: la paciencia. “Hay muchas horas invertidas en la restauración de este vehículo”, nos explica Alfonso.

“Pero el resultado final, como veis, no tiene precio. Transformar un amasijo de hierros oxidados en algo tan hermoso supone un trabajo laborioso.

Lo que realmente es importante cuando te has decidido a restaurar un vehículo es la paciencia, nada de prisas”. Esa máxima rige todos y cada uno de los trabajos de nuestro protagonista.

Miembro de la tercera generación familiar, Alfonso dirige en Valladolid Hormigones Zarzuela, una empresa fundada poco después de la Guerra Civil y que ha sabido mantenerse hasta nuestros días a base, entre otras cosas, de cautela y pocas prisas.

Hoy día, la compañía es una de las más veteranas de la región y su crecimiento ha ido unido al de la propia ciudad. “Empezamos con dos carros tirados por mulos y en 1948 se compró el primer camión, un Reo”.

Desde siempre, Alfonso ha convivido con los camiones de la empresa. Los ha visto de todo tipo, de muchas marcas, y quizás por ello hoy sigue sintiendo algo especial por aquellas máquinas de un tiempo que ya pasó y que jamás volverá.

Mezcla de nostalgia y reto personal, nuestro entrevistado restaura camiones desde 1998, cuando comenzó a trabajar en un Leyland rojo de 1950 con motor de 90 CV. “Se usaba mucho en la zona de Valencia con el tema de la naranja, pero lo encontré en un desguace de Salamanca”, explica Alfonso.

“Estaba muy deteriorado y me llevó cuatro años terminarlo”. Con la ayuda de los mecánicos de la empresa, desarmaron todo el vehículo, pieza a pieza, y comenzaron a trabajar en la chapa, “que es lo que más trabajo lleva”. Después acometieron el trabajo del motor y los frenos, y poco a poco, el camión volvió a quedar armado y listo.

Nuestro protagonista encontró poco después otro Leyland similar –aunque de color verde– perdido en un monte de la provincia de Ávila. Las ganas de aventurarse en el laberinto del Minotauro arrastraron a Alfonso a una nueva aventura restauradora. Y de ese segundo Leyland llegaríamos al MAN.

Meticuloso hasta el milímetro

“En la década de los cincuenta circularon muchos MAN de este tipo por las carreteras españolas, pero ahora es muy raro encontrártelos restaurados. No conozco a nadie que tenga uno”. Alfonso se topó con el vehículo en un pueblo de Soria, abandonado a su suerte en el fondo de una era.

Se trata del modelo TYP-MK-120, fabricado en Alemania en 1951, con propulsor de 120 CV, seis cilindros y caja de madera. Es difícil saber a qué tipo de labores dedicó su vida útil el vehículo, pero Alfonso apuesta a que el MAN llevó a cabo todo tipo de trabajos, algo muy típico –por otra parte– en aquella época.

“El proceso de restauración del MAN fue similar al de los Leyland. Desmontamos el motor, el cambio, los frenos y toda la cabina, quitamos absolutamente todo, y luego comenzamos a trabajar pieza a pieza”.

Basta echarle un vistazo al resultado final, tanto por dentro como por fuera, y compararlo con las fotografías del MAN recién sacado de su “tumba” soriana para que uno se quede sin palabras. Además de paciencia, para terminar la restauración de esta manera se requiere una meticulosidad muy especial.

Restauración y colección

Alfonso nos abre las puertas de su pequeño museo, situado en un amplio y moderno garaje a pocos metros de su residencia (en una urbanización cercana a Valladolid). Además del MAN, la exposición está formada por uno de los Leyland y varias motocicletas y vehículos de época. “Soy muy aficionado a los coches de época”, reconoce nuestro protagonista.

“No soy muy dado a ir a concentraciones de camiones clásicos, principalmente porque no son vehículos prácticos para circular.

Pero con los coches, sí. Es otro mundo. Considero que, estéticamente, los camiones son más bonitos, pero si tengo que salir a circular, me monto en uno de los coches”. La mayor parte del año, los pesados se quedan encerrados en el garaje.

A excepción de algunas concentraciones en poblaciones cercanas, como Valladolid y Segovia, Alfonso no ha sacado mucho sus reliquias. “Es difícil moverlos y no es aconsejable circular con ellos. Si tenemos que trasladarlos a algún sitio, lo hacemos con la ayuda de una góndola”.

Pese a estos inconvenientes, nuestro invitado continúa disfrutando de su pasión por los camiones clásicos.

De hecho, cuando visitamos a Alfonso estaba en pleno proceso de restauración de un 3HC de 1933, que llegó a España durante la Guerra Civil. “Lo encontramos en un desguace y lo estoy restaurando como homenaje a esta marca rusa, cuyos camiones fueron de los primeros que tuvo nuestra empresa en sus orígenes”.

Un nuevo desafío. Una nueva incursión en el laberinto. Y como siempre, sólo la satisfacción al final del túnel, cuando por fin brilla de nuevo el vehículo como si fuera nuevo.

“Para mí, esta afición tiene mucho valor. No todo el mundo acomete proyectos de este tipo, y menos usando su tiempo libre”.

No se trata del valor económico, sino del sentimental, como reconoce el entrevistado. “Cuando están listos, no les doy ningún uso. Simplemente es algo que he hecho yo. Una auténtica satisfacción. Muy personal”.

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