Ebro B45; harina, cerdos y recados mil

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Hijos, nietos y nueras, a los que vamos a visitar a esta bella localidad barcelonesa, miman el Ebro B45 con la que Pepet anduvo, porque pocas cosas mecen más el corazón de uno que el cuidar las esencias de tus raíces.

Pepet y Carme, su mujer, ya nos dejaron hace muchos años, pero este Ebro los devuelve a la memoria con su sola presencia.

Como tantos otros de nuestros transportistas pioneros, Pep Bosoms empezó a llevar y traer cosas, acompañando a su padre Enric, primero; y luego en solitario, con un carro y un caballo.

Ebro B45 Busoms

Dos horas empleaban en un trayecto Tona-Vic, cuyos 9 kilómetros de distancia hoy se ventilan en diez minutos de coche. Al caballo le siguió un Ford y sendos Ebro, el último de los cuales es el que hoy ocupa nuestras páginas.

Fabricado en 1966 en la factoría de la Zona Franca de Barcelona, este Ebro B45 llegó a las manos de los Busoms en 1977. Por aquel entonces, no se veía ningún vehículo rodado por la pequeña aldea tonenca.

Ni siquiera las empresas o talleres tenían furgones, así que muchos de los trasportes que realizaba este Ebro tanto eran para esas entidades como (y sobre todo) para particulares, en un tiempo en el que hasta llegaban garrafas vacías a la casa de los Busoms, para que Pep las llenara en los surtidores de petróleo de Vic, que era el combustible de todas las estufas de la zona.

¿Portes?… los que uno se pueda imaginar. Se adaptó una rampa en la parte trasera para transportar cerdos que Pep iba a cargar, en plena madrugada, de masía en masía.

Ebro B45 Busoms

No obstante, además de paquetería de toda índole, por el lomo de su caja de cuatro metros de largo han sido transportados desde sacos de harina para las pastelerías de la zona hasta vigas de hierro de seis metros para las herrerías o, cómo no, todo tipo de herramienta agrícola y motocicletas que la gente llevaba al taller de reparación de Vic.

Eso sí, cuando cargaba un tractor, porte muy frecuente, la madera de la caja se hundía y había que reparar los tableros.

El trabajo artesanal siempre fue cómplice de este Ebro, como bien recuerda Ramón, uno de sus tres hijos, que hoy ejerce precisamente de mecánico:

“Las ballestas cogían juego y con unos casquillos de metal las devolvíamos a su sitio. Lo nuestro –continúa el (a sus 52 años) pequeño de los Busoms– era pura orfebrería. Igual arreglabas una culata que cambiabas la camisa del pistón. A partir de ahí, cualquier mantenimiento menor era coser y cantar”.

Por dos veces remozó este Ebro B45, que hoy ya pasa de los 50 años. La primera, cuando hace 23 años se rascó enterito en el garaje familiar y se pintó con pistola la chapa, se barnizó la caja y se le colocó un toldo fijo, con arquillos de madera.

La segunda, y definitiva, cuando, tras 14 años parado, y ya en peligro de extinción, el tronco Busoms se decidió a fortalecer sus raíces y darle una segunda vida, que hoy emplean encantados en darse algún paseo en familia o asistir a algunas concentraciones camioneras de la zona.

Puesta una nueva batería, el propulsor apenas opuso resistencia. Se cambió la bomba, que perdía agua, y se le hizo un lavado de cara y morro general, que este Ebro agradeció con fruición. Su tara de 3.600 kilos hace que solo pueda ser conducido con permiso de camión.

La matrícula, al igual que el motor, conserva la originalidad primigenia. Con la tarjeta de transporte dada de baja, el tacógrafo anulado y (todo hay que decirlo) los frenos haciendo siempre un poco la puñeta; la ITV está pasada cada medio año y el seguro con el que circula es el básico.

Ebro B45 Busoms

El citado Ramón y el nieto Pep, también mecánico, son los que más mano meten en los engranajes de este titán de la historia.

No obstante, es al otro Pep, el mediano de los tres hijos Busoms, y camionero de la familia, a quien más le bombea el corazón cuando el Ebro B45 sale de casa a estirar las ruedas. “Yo fui el que más acompañé a mi padre en su trabajo, incluso cuando la salud ya empezaba a debilitarlo.

Mis recuerdos con él son infinitos. Una vez –nos cuenta con semblante emocionado–, salimos de Vic con 50 sacos de otros tantos kilos de harina para Tona. Recién iniciado el camino, empezamos a oír un contundente po, po, pom… po, po, pom… que venía de las mismísimas entrañas del camión.

Paramos, pero ni el motor estaba caliente, ni percibimos anomalía alguna al asomarnos debajo.

Ebro B45 Busoms

Lo volvimos a arrancar, y de nuevo oíamos ese sonido percutivo con, si cabe, más potencia todavía. Al llegar a casa, mi hermano Ramón desmontó el motor y estaba el cigüeñal partido por la mitad. Aún me pregunto cómo pudimos llegar a casa. A día de hoy, ese cigüeñal roto lo conservo como oro en paño”.

Tras un relato así, y viendo cómo todos los congregados para este reportaje posan alegres ante nuestra cámara de fotos, este Ebro está salvaguardado para esta vida y las que vengan, pues una familia entera lo ampara.

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