Soy camionera: Pilar Blanco, contra los palos, sonrisas

Soy Camionera

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La historia de Pilar Blanco (Fuentesaúco, Zamora, 1968) no es diferente a la de otras mujeres camioneras. Un buen día se vio sin trabajo, con un hijo pequeño y las deudas trepándole por el cuello. Ideal.

La primera solución fue ponerse a trabajar como conductora de autobús escolar en Fuentesaúco, y de ahí al camión, donde se cobraba más. “Yo no quería que a mi hijo le faltara de nada”, explica Pilar. Así que probó suerte con el camión, le gustó y se dijo: “Esto es lo mío”. Hasta hoy.

Empezó yendo a buscar paja al campo, de ahí pasó a conducir un dumper destartalado —“un Pegaso con doble embrague con agujeros en el suelo, donde me quedaba heladita de frío”— y durante los siguientes años se especializó en la construcción: bañera, góndola para maquinaria, camión de cemento, hormigonera… semana tras semana recorriendo España de cabo a rabo, ahí donde hubiera obra, echando más horas que un reloj y viendo muy poco a Saúl, su hijo, que de lunes a viernes vivía en el internado.

“Es mi vida –dice nuestra protagonista con los ojos empañados–. Saúl empezó a crecer y me dijo que estaba cansado de verme siempre a contrarreloj, corriendo, solo sábados y domingos, así que me puse con un camión pluma en Zamora.

Y de ahí, todos a la calle: la empresa cerró. Llamé a la puerta de varias empresas de Zamora, que sabía que necesitaban chóferes, pero nada. No me querían. Y yo sé que era porque no querían mujeres”.

Ante tal tesitura, Pilar abrió un pequeño bar en su barrio y volvió a empezar de cero. “El ambiente era muy bueno, porque a mí me encanta la cocina y la gente… pero sin el camión estaba amargada”.

Pese a las adversidades, Pilar ha sabido mantenerse a flote gracias al apoyo incondicional de los suyos: sus dos hermanas —vuelve a emocionarse cuando habla de Carmen y Chus, a las que “jamás podré pagarles lo que han hecho por mí”—; su amigo Isaías”un cascarrabias que me ha ayudado como si fuera un familiar más”— y su amiga Clara.

“Esa es la gente que siempre me ha dicho: ¡Adelante, Pilar! ¡con buena cara y a seguir!”.

Y luego, por supuesto, su hijo, el as en la manga: “Hemos salido de muy gordas y me ha visto patalear y llorar por el camión, por las putadas que me han hecho… y él siempre, siempre, me ha animado a que siguiera, porque sabe que es en el camión donde yo soy feliz”.

Después de dos años en el bar, un buen día la Junta de Castilla-León la llamó para que llevara camiones forestales. El cielo se volvió a abrir. En 15 días, el bar estaba traspasado y Pilar volvía a sonreír.

Hoy, nuestra entrevistada lleva cinco meses con una empresa de Pobladura del Valle (Zamora) haciendo carga general, de lunes a viernes, por toda España. “Me tratan muy bien – asegura–. Estoy a gusto y ellos confían en mi forma de trabajar”.

Admite que la faena puede ser dura, que requiere un poco de esfuerzo físico también, pero no se le caen los anillos por pedir que le echen un cable: “Yo estoy mayor –dice entre risas–.

Soy camionera, Pilar Blanco

Ahora ya pido ayuda. Y no me canso de decírselo a las conductoras jóvenes: ¡no seáis tontas y pedid ayuda! Que no pasa nada”. Pese a que reconoce que vive en un mundo machista, Pilar no renuncia a mostrar su lado femenino siempre que le apetece: “La feminidad no se puede perder. ¡Eres mujer! No puedo fingir que soy un tío.

Así que ahí dentro llevo un par de mudas para ponerme mona si me apetece”. Ha vivido el machismo de gerentes y compañeros, pero los años la han ayudado a lidiar con todo a base de buen humor y, si no hay remedio, de mala hostia.

“Cuando era joven era más callada. Te aíslas de este mundo para que los hombres no te malinterpreten. Y eso no puede ser. Yo hablo con todo el mundo, es mi forma de ser. ¿Por qué cambiarla? Los años te enseñan que puedes mandar a paseo a todo el mundo.

Anda que no lo he hecho yo… Cuando oía por la emisora cosas que no me gustaban, la agarraba y les decía: ‘Oye, cuando estéis llegando, llamad a vuestras mujeres a casa para que no os encontréis al vecino en casa’. Yo también sabía cómo molestarles”.

Uno tiene la sensación de que su buen humor es también el arma para mantener a raya los malos recuerdos, que también los hay. Pero se los calla. “Vivo la vida con alegría y seguiré en esto hasta que pueda. ¡Como mi Lola Flores, que ahí dentro la llevo!”, y vuelve a reír.

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